La época estival suele acarrear numerosos problemas en la convivencia entre los habitantes de la ciudad y la vida animal y vegetal. Es en ésta época del año en la que se manifiesta la naturaleza en su máximo esplendor y en la que insectos, larvas y gusanos, hacen acopio de víveres en previsión del largo invierno que se avecina. La galeruca no es una excepción. Bajo este nombre se conoce a un coleóptero, o escarabajo a decir del común de los mortales que hiberna en las grietas de la corteza del tronco de los olmos y que, pese a que no provoca la muerte del árbol, sí transmite un hongo que resulta mortífero para los mismos.
No es la primera vez ni el primer lugar en el que una plaga de Galeruca salta a la palestra mediática. Recientemente hizo su aparición en localidades como Puerto Llano (Ciudad Real) o la vecina Alcorcón, reproduciéndose sin solución de continuidad hasta alcanzar la dimensión de «plaga».
Ahora la tenemos en Madrid, si bien su magnitud por barrios es irregular, siendo en el popular distrito de Ciudad Lineal donde está suponiendo un verdadero problema de salud pública para sus vecinos. No obstante, las quejas vecinales se multiplican en la época estival ante la presencia de cucarachas, hormigas y otros insectos, teniendo en cuenta que el calor, la creciente generación de residuos y la reducción de costes no suelen ser una combinación favorable a la conciliación de la ciudad con la naturaleza.
La reducción de costes y la falta de presupuesto en las arcas públicas para la prevención de estas plagas puede estar en el origen causal del fenómeno, según unas recientes declaraciones de Raúl Toledano, concejal de Parques y Jardines de Alcorcón, quien ha manifestado que “la ausencia de tratamientos en el momento adecuado (la primavera) está generando serias molestias a la ciudadanía en estos momentos. Más allá de situaciones puntuales como ésta, para el profesor de sociología urbana de la Universitat de València, Josep Sorribes, la clave está en qué modelo de ciudad queremos.
La remodelación de parques y avenidas en nuestros pueblos y ciudades ha ido progresivamente eliminando la flora y la fauna, cuya belleza no era, en general, puesta en cuestión por lo antiguos habitantes urbanos, a quienes la recreación de la naturaleza en forma de jardines, parques o, simplemente, filas de árboles en ambas aceras de la avenida, además de alegrarles la vista, les servía de pulmón y de lugar de juego para mascotas y niños. La tendencia general, salvo honrosas excepciones, que se puede anticipar en la actualidad no parece apostar por la presencia conjunta de viviendas, parques y jardines.
Más bien la remodelación de nuestras plazas y avenidas se caracteriza por diseños donde abunda el hormigón, cuyos bancos no parecen primar el factor comodidad y que no invitan, en general, a permanecer en su interior más allá de unos minutos. Estos parques futuristas, además de ajustarse a los progresivamente mermados presupuestos de mantenimiento y jardinería, también parecen converger con la mentalidad, quizá cada vez más individual de los habitantes de las urbes, quienes parecen preferir la soledad de sus no siempre soleados balcones a la refrescante sombra estival del olmo que, si nadie lo impide, pronto pasará a mejor vida.
En estos momentos, pese a que la agitada vida institucional de la corporación madrileña en ciernes se encuentra en período vacacional, y pese a que no fueron los actuales mandatarios los responsables de implementar las medidas oportunas en el ejercicio anterior, parece ser que se están buscando fórmulas que limiten el alcance de la citada plaga. Estas medidas, que han sido calificadas de choque por algunos técnicos municipales, consisten en la contratación de una empresa especializada en la materia, quien se hará cargo del escarabajo en su fase de desarrollo actual.
Paradójicamente, el coste de esta terapia de choque supone, a decir de la citada fuente del ámbito técnico municipal, cuadruplicar el coste que, a su debido tiempo, el tratamiento para la prevención de la galeruca habría supuesto a las arcas de nuestra ciudad.
Para el que estas líneas suscribe, siempre queda la esperanza de no tener que redactar, el verano siguiente, la misma noticia. Que así sea.
Sergio Cifuentes Sánchez. Sociólogo.