La legionella es una enfermedad infecciosa provocada por una bacteria (Gram Negativa Aeróbica, del género Legionella) que puede ser potencialmente fatal y que resulta muy complicada de diagnosticar. Los síntomas de la legionella pueden ser confundidos con otras enfermedades como la neumonía complicando así el diagnóstico y poniendo en riesgo al paciente.
El tiempo que pasa desde que la bacteria llega al organismo del paciente y el avance de la enfermedad es de 2 a 10 días. Esta bacteria puede dar lugar a dos tipos diferentes de enfermedad, una más leve llamada fiebre Pontiac y otra más grave conocida como al enfermedad de la legionella o enfermedad del legionario.
Síntomas de la Legionella más comunes
Sus síntomas comienzan a manifestarse a las pocas horas de haberse provocado la infección y son variados y difusos. En muchas ocasiones los síntomas de la legionella se confunden con los de una gripe normal, y en otras ocasiones con los de una neumonía. Incluso la radiografía de tórax de una neumonía y de la legionella, son similares.
Los síntomas de la legionella más comunes son: alteraciones gastrointestinales como vómitos y diarrea; escalofríos; dolor de cabeza; fiebre alta; tos que puede ser improductiva o con esputo, incluso en ocasiones puede darse tos con restos de sangre; pérdida de apetito; dolores musculares; falta de energía y fatiga; dolor en el pecho; problemas para respirar sobre todo a medida que la enfermedad va avanzando; intranquilidad y malestar general, etc. Estos son los síntomas más comunes, pero la legionella también puede ocasionar ataxia en algunos casos.
Pero además la legionella también ocasiona otro tipo de síntomas y daños internos. Las pruebas de laboratorio señalan que los riñones de los pacientes afectados con legionella no funcionan correctamente, a su vez la radiografía muestra una neumonía, por lo que se requieren otras pruebas diagnósticas para llegar a un diagnóstico firme. Normalmente los brotes de legionelosis aparecen cuando las personas han inhalado aerosoles que contienen agua contaminada con la bacteria de la legionella. También hay que tener en cuenta que la enfermedad de la legionella no se transmite de persona a persona y tampoco hay pruebas que indiquen que los coches o los aparatos de aire acondicionado de las viviendas puedan provocar legionella.
Los estudios señalan que entre un 5 y un 30% de las personas con legionelosis pueden llegar a fallecer. Esta fatal consecuencia suele deberse a un diagnóstico tardío o a un fallo a la hora de recomendar el tratamiento más adecuado.
Los síntomas de la legionella son cada vez más fuertes a medida que la enfermedad avanza, por eso es fundamental un diagnóstico temprano para tratarla correctamente y frenar su evolución. También depende si la bacteria ha dado lugar a una fiebre de Pontiac o a la enfermedad de la legionella. En el caso de la fiebre de Pontiac no se requiere un tratamiento específico y sus síntomas son más leves; mientras que para frenar los síntomas de la legionella y acabar con la infección sí se necesitan un tratamiento farmacológico adecuado a base de antibióticos.
De cara a prevenir la enfermedad de la legionella, los expertos siempre tratan de identificar el foco del que proviene para tomar medidas de control y que la epidemia no se extienda. La descontaminación de la fuente del agua suele ser la medida más importante de cara a evitar que se produzcan más casos de legionella, pero aunque resulta una estrategia adecuada se espera que en el futuro aparezcan estrategias de prevención adicionales más efectivas.
Las epidemias de legionelosis suelen proceder normalmente de algún tipo de instalación en concreto en la que se ha almacenado agua, aunque también es muy frecuente que se den casos aislados en los que resulta imposible determinar dónde se ha producido la infección. Las epidemias de legionella se producen sobre todo en verano o a principios del otoño, aunque pueden darse durante todo el año.
Es importante acudir al especialista en cuanto comienzan a aparecer los síntomas de la legionella para tratar de descartar o confirmar el diagnóstico y comenzar – en caso de que sea necesario – con el tratamiento adecuado lo antes posible. En ocasiones estos síntomas se pueden confundir con los de una gripe complicando la labor del médico y retrasando su diagnóstico y el inicio del tratamiento.